Si hubiéramos tenido hijas,
probablemente a mi esposo se le hubiera facilitado la hazaña de aprender a
vestir a una mujer sin voluntad en las piernas. Empezando por la ropa interior,
el pobre tiene que verificar que cuando el sello del panti está centralizado,
debe quedar atrás; que si lo tiene de
lado, va del lado de la cadera izquierda. Tiene que asegurarse que las piernas
entren por los lados que tienen el mismo corte. Nunca, bajo ningún concepto,
una pierna debe entrar por el hueco donde va la cintura. ¡Es toda una ciencia para
quien tiene que hacer de día y con extremo cuidado para evitar dolor… lo que ha
hecho siempre en reversa!
En un momento dado, a mi esposo le dio
por seleccionar panties negros con pantalones claros. Ya aprendió que ropa
interior negra sobre ropita blanca es un “No-No”. ¿Los pantalones? Un evento. Después de haber lucido un cuerpo de
jovencita hasta los cuarentipico años; cambié las tácticas de las vestimentas.
¿Jeans? ¡Siiii! Pero para pasar el día
en una silla de ruedas/ aplasta nalgas, opté por comprarlos en el departamento
de ropa de maternidad. Ese truco le ha facilitado la vida a mi esposo cuando me
viste y me desviste. A mí, me ahorra al malestar de los cierres en la cintura y
los bolsillos, que en mezclilla, son de agonía. Mis pantalones “de salir”
también son de maternidad. Muy lindos, por cierto. Afortunadamente, hoy día la
moda para las mujeres embarazadas es “favorecedora” para las que no lo estamos.
¡Encuentro increíble que las preñadas quieran disimularlo!
Ponerme las medias es una pejiguera.
Que si los pies están hinchados, hay que usar las finitas con las únicas
zapatillas que me sirven porque me proveen suela ancha para la estabilidad; que
si voy a terapias, son otras medias. Que si tengo que usar las agarraderas
plásticas para los pies y las piernas… ¡ese es otro cuento! Van con las
zapatillas de un tamaño y medio más grande… que además, no tienen la base ancha
y pueden provocarme accidentes.
Con la parte superior, no hay
problemas. Yo me visto sola. El problema es la combinación. Ya mi esposo se ha
memorizado qué va bien con qué. Pero yo lo resuelvo pidiéndole que me enseñe la
gaveta de las camisetas, y escojo. Si quiero una blusa, me tiene que enseñar
las mangas una a una, y yo selecciono… entre las que no requieren planchada. Definitivamente,
a mi esposo le ha costado mucho aprender a vestirme. Es más fácil desvestir.
¡Gracias mi amor! Te amo… aunque ahora no pongamos musiquita para el anti-sexy
proceso de vestirme.