“Genio y figura, hasta la sepultura”, dice un dicho popular. “Primero muerta que sencilla”, dice otro. Con o sin limitaciones físicas, no se nos puede criticar por hacer lo posible –y a veces lo imposible- por intentar... ¿insistir? en lucir bien.
A los 42 años, me sentía “en mi mejor momento”, tanto en lo físico como en lo espiritual, y en lo profesional. Con experiencia y sin arrugas: la matemática perfecta. La ley de la gravedad aún no le había hecho reclamaciones al cuerpo que albergó dos hijos hermosos y saludables. Corría bici todas las mañanas para sentir el aire fresco en la cara y para admirar la franja de mar que se deja ver desde mi vecindario.
No contaba con Intruso; el tumor cerebral que me habita desautorizado. De manera que cambiar la bici por una silla de ruedas no fue fácil.
Por ser delgada, tuve la ventaja de que me sirviera una “silla bonita”, esto es, color violeta, no cromada como las “normales” del hospital, las del aeropuerto y la que me recibió en la clínica de rehabilitación a la que me llevaron para aprender a usarla con una mano y un pie. Una chulería. Cuando cualquier persona trataba de hablarme de la tragedia de estar “confinada a una silla de ruedas”, yo le decía que la mía era muy linda, que podía “bailar” en ella, y que cuando engordara, la donaría y me haría pintar una negra con puntitos de colores para que combinara con mi sombrilla y con el lipstick.
Cuando pude usar bastón, me regalaron uno liviano, de madera. Parecía de doñita y se lo dí a una amiga artista que –como en el cuento del Patito Feo- me lo devolvió transformado literalmente en un cisne. Tras la primera craneotomía, no tuve inconvenientes con el cabello. No me habían afeitado la cabeza. Así que Cisne fue “la estrella”. El “conversation piece” cuando algún imprudente de los que se placen en hablar de desgracias, enfermedades y tragedias griegas, intentaba sumergirme en el fango de las penas al verme “sin caminar”.
Durante algunos años Cisne permaneció en la sombrillera al lado de la puerta como un trofeo que me servía de testimonio sobre lo que son los Milagros.
Intruso volvió a reclamar el que cree su espacio y lo retamos con una segunda craneotomía. El éxito de la cirugía nos hizo creer vencedores. Ya no fue necesario usar “aditamentos” para ambular. Al contrario, los pasos eran más seguros; pero mi “estilista-neurocirujano” me afeitó la cabeza. Pensé que si ese era el precio por caminar, ¡a usar pañuelos, bandanas, pañoletas, sombreros...lo que fuera... combinado con el lipstick! Sentía que tenía que ocultar las horrorosas cicatrices-trofeo de supervivencia para evitarle pánico a conocidos y desconocidos. Mi querida amiga Eva, artesana del textil, tenía varias creaciones que fueron un éxito como “conversation pieces”. El cabello creció y dejé de usar las hermosas piezas, pero no el lipstick.
Insaciable, Intruso volvió a reclamar su espacio y tras la radiocirugía empeoré a pasos agigantados. Necesité las pañoletas porque perdí el cabello de toda la parte superior. Y necesité bastón porque ya no podía caminar. No había forma de caminar. Me caía y no me podía levantar. En una ocasión, perdí el conocimiento en el la calle, al frente de mi casa. Me encontró un vecino. Otro día me corté la cara al caerme en el centro donde recibo terapias. Antes decía que lo mejor de caerse era levantarse, pero ya no podía controlar los golpes, ni levantarme. Una pesadilla.
Mi Ángel de la Guarda Full Time se atrevió a proponerme lo que nadie me había querido decir: “¿tú no crees que un bastoncito de 4 puntas te pueda ayudar a no caerte?” Fue tan obvio, que ralló en el descaro. Estoy segura que se había sometido a un caucus por temor a mi reacción, y le tocó a ella “ponerle el cascabel al gato”.
“Pues sí. Vamos a verlos”, dije para su desconcierto inmediato. Para mí, lo más importante era poder moverme con seguridad hacia la ruta de la independencia. Eso podía más que pensar que usaría un bastón de “garrapatas”, o cuatro patas. En la tienda, me esperaban los “estilo garrapata” que no quería, pero compramos uno y tras repasar lo que se siente caminar asistida de un pedazo de metal, me desplacé como pude hacia la salida. Tenía dos lagrimones a punto de cuajar, pero me disponía a trabajar y no iba a dañar el maquillaje.
No quise pintar a “Garrapatín” porque estaba ilusionada de que sería transitorio. Fallé peor que meteoróloga del inestable clima caribeño. Al año, compré un pariente de “Garrapatín” decorado con unas flores tímidas parecidas a las de las batas de dormir de doñitas. Había navegado en las tiendas de Internet, pero lo necesitaba “rush”, y con el precio de embalaje, costaba lo mismo. Lo bauticé “Flori”.
Reviví las alegrías que causaba Cisne cuando se lo presentaba a las personas en el momento preciso en el que las preguntas sobre mi condición ya se iban poniendo convirtiendo en imprudencias que no merecían detalles.
Le pasé a Garrapatín a la hija de la pintora de Cisne, otra artista maravillosa. Tras varios meses, otro pintor amigo compró uno y lo pintó. Lo bautizamos “Ramito”. Además de ser otro exquisito “conversation piece” Es verde y tiene gatitos y corazones, estrellas y mucho amor. Tanto amor tiene, que espanta las malas vibras y me sostiene mientras continúo conViviendo con Intruso.
En algún momento Garrapatín volverá a mí transformado con colores y diseños en otro símbolo de amor; de ese amor que me ayuda a sostenerme, a controlar los desbalances y a continuar testimoniando la grandeza de los Milagros del Cielo.
3 comentarios:
pues, realmente te felicito por tu relación con tu bastón, yo con el mío tengo una relación amor/odio que no consigo incorporar a mi vida.
quizá debiera pintarle un monigote como esos del teatro: la cara feliz, la cara triste.
creo que haré eso.
beso
Te cuento con el corazón en la mano lo que no dije en ésta entrada. Lo dejé para otro día porque ya estaba muy larga, y porque creo que el tema no se puede diluir con los bastones.
Te cuento que cuando Ángel de la Guarda Full Time me propuso el bastón, yo reaccioné con algo de frustración y franca desesperanza. Te juro que estaba segura de que iba a poder sobrepasar esta etapa. No soy conformista, pero no puedo negarme a que mi condición no va a mejorar por más esfuerzos que le ponga a las terapias. Creo en los Milagros, pero algo me dice “deep inside”, que los milagros no creen en mí.
Sin embargo, no por eso me puedo dar el lujo de no darme el lujo de humillar a Intruso de todas las formas posibles. Él cree que me destruye... no lo voy a permitir. Yo creí que lo había desaparecido en esas tres horrorosas intervenciones... El sinvergüenza burló los mejores neurocirujanos. De manera que si voy a conVIVIR con Intruso... que ni crea que he hecho las pases con él. Si bien es cierto que mi condición ya no me permite usar a Cisne... se las estoy haciendo gordas con mis lindos garrapatoides (o bastones de 4 puntas) Flori y Ramito.
Ahora, estoy buscando a ver quien me pinta una jirafa, o quizá uno con libélulas y una lucecita en la parte inferior para alumbrarme las noches y el cine.
¿Me envías foto del tuyo? Quizá entra las dos podemos “diseñarle” personalidad a quien te ayuda a no caerte.
¡Muchos besos, bendiciones, y amor!
¡Emma!
¿Te dije que te quiero mucho y que estoy orgullosa de ti y de todo el esfuerzo que haces?
Te quiero, te quiero y te quiero.
Vamos a aprovechar el momento, y las bendiciones de hoy...
C-
Publicar un comentario