Claudia querida: ya sabes que hablé con tu padre. Tengo su permiso para continuar aquí contigo. Si pudiera caminar por el Parque Central, hoy te propondría una esquinita linda en la que se ve el puentecito que sale en todas las películas. No lo he visto últimamente, pero debe estar hermoso en estos días, antes de otoño.
Te advertí que dejaba para el sábado el tema de las “pequeñas batallas diarias”. Pues mira, lo pospuse dos días a ver si me especificabas el tipo de tumor de tu madre. No es justo que yo te hable de la condición que tengo como resultado de todos los tres intentos de erradicación de Intruso, sin saber si el que habita a tu madre es de esos que salen enteritos “one shot”, sin causar estragos, o si es de los inoperables.
Ahora bien, cumplo con el compromiso. Ya te dije que no puedo caminar. Pues mira, no puedo ser mezquina con el Cielo. Además, ¿cómo rayos te hablo de las “pequeñas batallas”, “pequeñas metas” y “pequeños logros” sin decirte de mis triunfos?
Claudia, sí puedo “caminar”. Con un bastón de 4 puntas logro desplazarme distancias cortas. Arrastro el pie izquierdo y la rodilla no dobla como debiera. Por eso llamo esa pierna la “República Independiente”. Le doy la orden con mi cerebro, pero no me responde. Cuando la obligo, se resiste contestándome con dolor. ¿Qué tal? Es súper feo. Pero no necesito desfilar por una pasarela de modas. ¿Cierto? Entonces, me siento afortunada del logro que me permite ambular distancias cortas, y desfilar por la pasarela de la vida, aunque sea asistiéndome de un bastón y agarrándome de las paredes y de los muchachos guapos (preferiblemente).
De eso precisamente se tratan las “pequeñas batallas diarias y los pequeños logros”.
No te asustes, ni pienses que a tu mamá le va a pasar lo mismo. Cada Intruso es un tumor cerebral distinto, con personalidad propia, agarrado al cuerpo de las que cree sus víctimas de una manera distinta -y obviamente- con resultados diferentes. Muchas personas sobreviven las craneotomías y regresan a una vida “normal”; a su trabajo, a sus pachangas, a su familia, a su lo que sea. No te voy a mentir: hay un porciento de los operados que no sobrevive.
En mi caso, quede muertita de las dos extremidades izquierdas. Sin sensación ni movimiento en brazo/manos y pierna. De eso, a poder desplazarme unos pasos con un bastón de 4 puntas, te imaginarás que he superado muchas pequeñas y grandes batallas. Y te advierto, he usado y seguiré usando todos los mecanismos a mi alcance. Para no aburrirte, sólo te digo que varios días después de la primera cirugía me llevaron a un electro-acupuntor a la habitación privada de neurointensivo intermedio. Su tratamiento logró que en cuestión de minutos pudiera subir el brazo y tocarme el cuello. Ese fue uno de los primeros milagros en la guerra de pequeñas batallas diarias. Hubo muchas sesiones más, y no pasó nada. Por fin pude abrir y cerrar la mano. Ese día sorprendí a ni neurocirujano lanzándole un capullo de una rosa que me habían enviado. Él, que es un sol, se prendió el capullo y lo exhibió mustio en la solapa de la bata blanca durante más de una semana. Sé lo que significaba para él: el trofeo de una de las primeras batallas ganas en nuestro proceso de recuperación. Mover los dedos fue otro evento. Cada dedo, una fiesta. Créeme: fue fiesta nacional.
Cuando te mencioné “nuestro” proceso de recuperación, me referí a “mi equipo de apoyo All Stars”. Tema de otro día.
Mientras, un abrazote Claudia. Fuerte, fuerte. Ya lo puedo dar con los 2 brazos...
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