Cuando Samantha Jones supo que tenía cáncer de seno, algunos fanáticos de la serie reaccionaron molestos. ¿Cómo se iba a empañar Sex & the City al “asignarle” la “enfermedad con la letra ‘c’ “ a un personaje tan sensual? ¿Sería comercialmente agradable presentar una imagen afeada y enferma de Samantha, la incansable “máquina del sexo”?
¿Por qué le tiene que dar cáncer a Samantha? ¿Por qué? ¿Es necesario?
No estuve pendiente a las posibles respuestas de los libretistas ni productores de la millonaria serie televisiva a los probables cuestionamientos. Tampoco tengo conocimiento de las opiniones de los detractores tras ver las escenas.
Solo puedo decir que amé la solidaridad de Carrie Bradshaw, Charlotte York y Miranda Hobbes con su amiga. Me maravilló la actitud amorosa del compañero consensual del momento de “Sam”; creo que uno de los amantes más jóvenes (y guapos) que tuvo en toda la serie.
Lloré como una magdalena en los capítulos que duró el proceso del cáncer de Samantha. Aprendí trucos para sobrellevar las quimioterapias, como las “fiestas de paletas heladas de frutas naturales” para aplacar los calentones.
Me encantó verla esconder la calva con la variedad de pelucas “normales” –muy finas-, otras, notablemente baratas. Me gustó más aún verla con la absurda y espantosísima peluca rosa. Pero más que todo, la amé en el momento en que se dirigió al público en aquella actividad benéfica a favor de pacientes como ella. Con honestidad y su acostumbrado desenfado, soltó unas cuantas palabrotas para describir lo requetemal que se sentía con los efectos de las quimios y el valor añadido de la menopausia. Se arrancó la peluca, dijo lo que le dictó el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario