
Ya sé lo que me quieres decir: que me llevaste al abismo en la Sala de Neurología dos veces. Te permito ese lujo. ¡Fanfarronea! Te recuerdo que creo en los Milagros, y en la Mano Divina que ha guiado las de mi cirujano.
Admito, que cuando más seguros estábamos de que te borraríamos del mapa de mi cerebro –a la tercera- te manifestaste en tu rebeldía como un tumor cerebral -disfrazado de Caperucita ingenua en un escondite boscoso- donde para agarrarte, debíamos arriesgarnos a consecuencias non gratas. Admito también que me sorprendiste en un momento de gran fragilidad y que me sentí derrotada. Oye... no por eso sientas que me estabas ganando. Tengo todo el derecho del mundo a sentirme así cuantas veces me de la gana, pero no por eso triunfas.
El mundo, los hospitales y los centros de rehabilitación están llenos de pacientes que se han sentido derrotados, pero se dan una oportunidad, se toman un riesgo, confían en el Cielo, en los médicos, y en el equipo de apoyo que los respalda en la familia, entre los amigos, en el vecindario, y hasta en sus respectivos centros de trabajo.
Date cuenta de una vez por todas que asumí el riesgo. Y que ya no me importa demasiado el precio que estoy pagando por ganarte tiempo. Admito que me cuesta caro continuar ConViviendo contigo, pero todavía no me rindo ante tus traiciones. ¡Ah! Y para que estés claro, somos muchos en las estadísticas de los que seguiremos luchando. Mañana te presento a alguien. Sí, Intruso, todos los días creo que hay un “Mañana”, aunque lo quiera vivir de uno a uno.
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