¡Shhhhh...!
No se supone que lo ande diciendo por ahí, pero acá entre nos, les cuento uno de los muchos secretitos de hospital a los que he logrado “asiento de palco” por cuenta de “Intruso”; el Meningioma del Falx que me habita sin autorización en forma de tumor cerebral desde hace 11 años.
Sí, el mismo que delaté el pasado 29 de julio en este espacio de la blogósfera cibernética.
Los secretos de hospital son mejores que los de las cocinas de los restaurantes, donde se pasean cucarachas -y con suerte- no se ahogan en una sopa. Como dije -y repito- no se supone que lo ande diciendo por ahí, porque no se supone que me haya dado percatado de la situación. Pero como se repitió las dos veces que estuve en sala de neurointensivo post sendas craneotomías, entiendo que ya me puedo dar por aludida. Al fin de cuentas, hemos sido muchos los que hemos logrado la bendición de sobrevivir esa pesadilla.
Y cuento: según vas despertando de la anestesia, que no es anestesia, te preguntan por el nombre. Si pasas la prueba, te cuestionan el año, el mes, el día en curso y la ciudad en la que estás para verificar si estás ubicado en tiempo y espacio. El propósito es hurgar la mente, a ver si se topan con más sorpresitas disfrazadas de tumores, lesiones, blackholes, o epicentros de dolores de cabeza, convulsiones y otros “problemitas”.
Lo usual es que los pacientes no puedan responder. Pocos despiertan para sorprender a un grupito de médicos sorteándose nombres de los medicamentos que deben administrar a los que pudieran haber quedado “en tránsito”, entre la vida y la muerte; entre ser y no ser; entre estar y no estar. Puede parecerle cruel al familiar del paciente que esté entubado y en estado vegetativo; puede parecerle cruel al que salió del coma. A mí, que estuve ahí -a mí, que ConVivo con Intruso, y no sé cuando tenga que regresar a una cuarta intervención para coquetear una vez más con la Muerte- me parece más que cruel de toda la crueldad del mundo. Pero juro que es la Verdad y nada más que la Verdad.
Mejores no pueden ser los médicos, así como el equipo de enfermeros/enfermeras y todo el personal, de neurocirugía. Eficientes y compasivos, con humildad se dejan guiar de las Manos Divinas para salvar cientos de vidas en circunstancias claramente milagrosas.
Pero no hay quien lo borre: a esas salas se conocen como las hortalizas, y a nosotros... pues ya se imaginan. ¡Ya ven por qué los que sobrevivimos apreciamos tanto la vida!
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