Los vendedores de zapatos deberían caminar por las calles adoquinadas del Viejo San Juan en tacos de Manolo Blahnik antes de atreverse a recomendarlos por “cómodos” a una clienta. Igualmente opino que los médicos se deberían enfermar; los ginecólogos hombres deberían tener vagina; todos los y las ObGyn deberían parir; y... todos l@s doctores y doctoras deberían padecer de dolores de cabeza que los dejen aturdidos al menos 5 de los 7 días de la semana.
Naaaa... No le deseo mal a nadie. Sería incapaz. Es solo para se sepan como se siente el que está al otro lado del escritorio, sin la bata blanca.
Durante años padecí de dolores de cabeza severos. Tan terribles eran que me convertían en un ser inoperante. Claro, cuando una crece desde chiquitita con dolores de cabeza como esos, piensa que es un estado natural; te acostumbras y ni te quejas. Cuando los padres ya no viven contigo –o “cuando no vives con tus padres”- te percatas de que te puedes administrar tus propios medicamentos, y empiezas a experimentar con todos los OTC a ver cuál doma tu dolorosa desgracia.
Pruebas y pruebas, y sigues probando hasta dar con algún analgésico que te apacigua los timbales que te retumban en la cabeza y a veces ni te dejan ver aunque abras los ojos. Así llegué al punto de una sobredosis de analgésicos. Tomaba 2 aspirinas Super Strength cada 4 horas, y si no funcionaba, las combinaba con otros medicamentos más fuertes, también para el dolor de cabeza; de esos que se autodescriben “All Day Strong” y se prescriben dos primero y después, cada 8 horas, de uno en uno. Confundida, me los llegué a tomar como aspirinas: ¡dos cada 4 horas!
Y, ¿a que no adivinan lo que decían los médicos? “Ese dolor de cabeza es de estrés. Tu trabajo es muy estresante”, me comentaban como si dijeran “parece que va a llover”. ¡Qué rayos me imaginé que aquellos dolores de cabeza infernales se los debía a un tumor cerebral! ¡ConVivía con un Intruso!
Por eso insisto: quiero un ginecólogo macho con vagina; un médico de familia con estrés; y, un vendedor de zapatos, caminando en unos Manolo’s por los adoquines del Viejo San Juan, ¡a ver si se siente como Carrie Bradshaw, la de Sex & the City. Porque a mí, el trabajo no me da estrés.
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